Para reflexionar en nuestra primera semana de adviento

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Lecturas:         Isaías 2,1-5
                        Carta de Pablo a los romanos 13,11-14
                        Mateo 24,37-44

Nota: Sería bueno leer detenidamente las lecturas bíblicas antes de leer el siguiente comentario.

¿Cuándo es Navidad este año?  ¡El 25 de diciembre! ¡Como todos los años!
¿Qué celebramos el 25 de diciembre? ¡Navidad! ¡El nacimiento de Jesús en Belén!
La primera pregunta se refiere al tiempo “calendario” y la fecha está bien marcada en todas las agendas.
La segunda pregunta se refiere al tiempo que llamamos  “kairos”, lo que el tiempo tiene de significado de salvación, desde el punto de vista de Dios. No es lo  mismo.

Toda la gente espera la fecha del 25 de diciembre con expectativas diversas: una buena cena, un buen regalo, según las posibilidades económicas de cada familia. Pero no todas las personas esperan la celebración del nacimiento de Jesús y su regalo de salvación, de vida nueva y de paz. Por eso a la Navidad anteceden cuatro domingos de preparación a la llegada del Señor que viene, es el tiempo de Adviento.

Con el Adviento comienza el año litúrgico, y con él se inicia la secuencia de lecturas dominicales de un evangelio, este año corresponderá al de Mateo.

El evangelio de este primer domingo siempre nos sorprende con su tono tenebroso y sobrecogedor. Está tomado de la última parte de palabras y dichos de Jesús, lo que tradicionalmente se designa como “el discurso escatológico”. Jesús enseña y advierte en torno a la intensa expectativa de sus contemporáneos sobre el fin de los tiempos. Lo hace en una forma literaria común en su tiempo, llamada “apocalíptica”: la llegada definitiva y salvadora de Dios vendrá precedida de catástrofes que indican el final de “este” mundo perverso. Pero, entendámoslo bien, lo definitivo es la salvación de Dios: su cercanía, su justicia y su paz.

La promesa y la esperanza del tiempo futuro venían de muy atrás, atraviesan todo el entramado de la historia bíblica. Los profetas de Israel supieron recogerlas  y formularlas. En la primera lectura Isaías, el profeta del adviento, lanza una idea bien precisa y sugerente sobre lo que serán “los días futuros” en los que se hará presente la salvación de Dios: “forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas, no levantará espada nación contra nación”. Los instrumentos de violencia y de guerra, espadas y lanzas, se convertirán en instrumentos de vida, azadones para disponer la tierra para la siembra y podaderas para segar y recoger la cosecha. El Dios “amigo de la vida”, que nos ama  y quiere la vida de todos, se acerca y se implica en nuestra trama humana para cambiar todas las formas de conflicto, injusticia, disensiones, rencores e indiferencias, en definitiva sinónimos de egoísmo y de muerte, en actitudes nuevas de respeto mutuo, de justicia, de amor y de fraternidad, que significan y construyen vida y paz. La salvación que Dios ofrece en su venida hace posible que vivamos de una manera nueva y que cada uno nos convirtamos en un regalo para los demás. El  profeta exhorta no sólo a contemplar y esperar sino a ponerse en movimiento decidido: “andando y vayamos, caminemos a la luz de Yahvé”.

Pablo en la segunda lectura nos invita a “despertar”, puesto que “la salvación está más cerca de nosotros que cuando comenzamos a creer”. Es hora de “despojarnos de las obras de las tinieblas y revestirnos de las armas de la justicia”, es decir “revestirnos del Señor Jesucristo”. Muy atinadamente había comenzado el párrafo diciendo “Y esto teniendo en cuenta el momento (kairos) en que vivimos”. Ya estamos en “los últimos tiempos” inaugurados por el nacimiento y la Pascua de Jesús, tiempos de salvación y, a la vez, tiempos donde aún perduran el egoísmo, las  injusticias, el pecado. Apunta la nueva luz del día, pero aún estamos sumidos en las tinieblas de la noche. Pablo reclama profunda revisión y conversión, “despojémonos/revistámonos”, para proceder “como en pleno día”. Disponernos a celebrar debidamente el nacimiento de Jesús, el Dios con nosotros (el Emmanuel), en nuestro contexto personal e histórico es una invitación a la revisión lúcida de actitudes y a la conversión eficaz de comportamientos.

Jesús, volviendo de nuevo al evangelio, advierte y llama a la vigilancia para esperar la venida del Hijo del Hombre, no nos vaya a pasar “como en los días de Noé”, unos se enteraron, lo tomaron en cuenta y se salvaron, pero otros no, “y no se dieron cuenta”. La actitud del cristiano es la vigilancia para observar con atención los “signos de los tiempos” y discernir lo que hay en ellos de salvación, de “venida del Hijo del Hombre”, para vivir en ellos con plenitud y coherencia. No sabemos el cuándo, “el día”, (“cronológico”) de su venida, pero sí sabemos el cómo, viene en el prójimo, hambriento y necesitado, como claramente nos lo dejó dicho (Mt.25).

Es tradicional hablar de dos venidas del Señor, la “parusía”. La grande y definitiva al fin de los tiempos, con gloria y majestad; la primera en la pequeñez de un niño, nacido en las afueras de un pueblito judío y acunado en un pesebre, acogido con intimo cariño por unos padres humildes y visitado por unos pastores de la comarca. Entre las dos se encuentra nuestro tiempo, el tiempo de la iglesia, el tiempo de nuestra acogida, el tiempo de la esperanza y de la responsabilidad para dar a nuestra historia un sentido de “Reino de Dios”, a la humanidad un rostro más humano. El adviento comienza en el primer domingo dibujando el horizonte más amplio de la salvación de Dios para ayudarnos a enmarcar el arco más chico, pero ya definitivo, de la navidad, clave para entender y encaminarnos hacia la plenitud final.

Para todas las personas llegan las mismas fechas del calendario, pero no todos se preparan para reconocer y acoger al Dios que llega como regalo de salvación en la frágil envoltura humana de un niño que nace en la pobreza. ¿A quién se le podría ocurrir? ¿Quién lo va a reconocer así?  Hay que sacudirse del letargo y despertar.

Tiempo de Adviento es tiempo de vigilante espera, de una esperanza que sintonice con aquél a quien esperamos, que vaya haciendo presente como la mejor preparación a su venida lo que anuncia y ha prometido traer. Es tiempo de despertar de la inercia y de la rutina, de la indiferencia y de la apatía, tiempo para preguntarnos a Quién y qué esperamos en esta navidad y quiénes somos nosotros que le recibimos.

Marana tha”, ¡Ven, Señor Jesús! Así termina el Apocalipsis. Así rezaba la primera comunidad cristiana, así hemos de rezar en el adviento. No nos dejemos confundir en nuestra esperanza. Esperamos y deseamos que sea el Señor Jesús quien venga y sea recibido entre nosotros en esta Navidad.

Luis Fernando Crespo

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